A saber, las condiciones eran:
-DOCE PERSONAJES PRINCIPALES: sí, doce… y sí, principales. Y por principales entiéndase que su peso en pantalla y en la historia debía ser completamente equitativo.-Una historia que OCURRIERA DURANTE TODO UN AÑO: es decir, el rodaje debía empezar en Octubre – Noviembre y extenderse hasta Junio.
Durante todo el verano de 2022 estuve dándole muchas vueltas a dos ideas que me rondaban por la cabeza: un thriller de terror y un thriller periodístico. Recuerdo alguna que otra conversación con los actores (que ya por entonces eran amig@s y que ahora son familia) hablando sobre las posibilidades de adentrarnos en una película de género, algo que les seducía mucho.
Pero en mi cabeza había algo que no terminaba de encajar:
-En la primera de las opciones, el escollo era que no soy un fan del terror (por lo general son películas que me aburren y que su necesidad de agarrarse a tópicos y arquetipos me resultan de lo más desmotivante), y que me costaba dar con un mapa narrativo donde, jugando al terror, pudiera mantener la primera de las dos condiciones.
-Pasé entonces a la siguiente idea: un thriller sobre la redacción de un periódico que debe enfrentarse a la dualidad moral/profesional sobre dar una noticia de terrible impacto para la sociedad, la noche antes de un momento que cambiará el curso de la historia del país. Esta trama podía cumplir a la perfección la primera de las condiciones, pero era en la segunda con la que entraba en conflicto ya que pedir a doce actores que mantuvieran un raccord físico durante todo un año resultaba casi una quimera toda vez que much@s de ell@s tienen otros trabajos con los que tienen que cumplir.
Así que me planté en pleno Agosto sin saber qué camino tomar. Pero un día (que recuerdo vivamente), mientras salía a correr (la increíble faceta clarificadora que, en mi caso, tiene el hacer ejercicio) se alinearon todos los planetas: una terapia. Haciendo girar la historia en torno a una terapia podía hacer transcurrir la historia durante todo un año, teniendo a los doce personajes con la misma relevancia para la historia y, al mismo tiempo, pudiendo darle al reparto roles interesantes que supusieran un reto por el simple hecho de tener que manejar aspectos muy personales de los personajes.
Vi mucho material de distintas películas pero fue una serie documental “Terapia de Parejas”, la que me terminó por convencer: las ideas dispares con la que afrontan las crisis mezclado con lo banales que parecían muchas de esas crisis, me llevaba a un camino donde drama e incluso comedia tenían espacio.
Pero el thriller seguía rondando mi cabeza. Las dos opciones iniciales habían hecho mella aunque esa huella es algo que no estaba presente en mi cabeza durante la escritura. Quiero decir, cuando tenía claro el núcleo de la historia, en ningún momento me planteaba que tenía que ser un thriller, es más, en base a los conflictos de los personajes y sus características cabían drama y comedia pero no veía el thriller por ninguna parte.
Y así me senté a intentar escribir pero me costaba una barbaridad articular las relaciones de los personajes, no entre los que estaban directamente relacionados, sino entre todos ellos. No sabía si debían estar todos interconectados, si simplemente se cruzarían durante la historia pero como el que pasa por el fondo de una calle o si el hecho de estar todos yendo a esa especie de terapia sería suficiente para entender la inter-relación de la historia.
A mi cabeza llegó entonces “Crash” (la de Haggis de 2005, no la de Cronenberg con gente follando en un coche). Uno de los guiones que más he disfrutado y alabado y una de las películas que más veces he recomendado.
Fue esa noche cuando lo entendí: tenía que encontrar ese tema común y todos los personajes girarían en torno a éste. Y el tema lo encontré en mis miedos, en aquellas puertas que nunca quiero abrir y que, irremediablemente, llevarían a los personajes a ese puerto común: estar completamente perdid@s.
Es la pérdida de rumbo, de sentido, de lógica, de emociones… lo que nos hará movernos durante la película, mientras ell@s buscan una manera de encontrarse, nosotr@s navegaremos del principio al final hasta llegar a la resolución. Porque esencialmente era eso lo que tenía cristalino: principio y fin.
Estábamos en Agosto y para la segunda semana de Octubre quería (y tenía) que tener un borrador que presentar a los actores. Pero los días pasaban, las semanas le seguían y a mi se me caían encima las horas sin que pudiera articular esta historia.
Hay algo importante que quiero contar: este largometraje (y sobretodo su escritura) han sido un punto de giro en mi manera de trabajar en todos los sentidos. Normalmente, con cualquier proyecto pasado, aun cuando no existía la seguridad de que fuera a hacerse, me marcaba una fecha en la que tener un borrador presentable. La presión de cumplir con dicha marca del calendario era el combustible para llevar el barco a puerto.
Gracias a este entrenamiento, a pesar del paso de los días y semanas, no tenía la sensación de estar llegando al borde del abismo porque sabía que el momento de sentarme y escribir acabaría llegando. Pero es cierto que el bloqueo continuaba ahí hasta que un día comprendí que la dificultad de ver cómo se desenvolvían los personajes tenía que ver con que no los conocía: tenían nombres, cara, biografías, principio y final pero no sabía cómo sus personalidades se desarrollarían hasta verlos en acción.
Y es ahí donde “Volver a Ver” ha supuesto un descubrimiento: hay una enorme diferencia entre la historia y las escenas que la componen, y las emociones e intenciones que las impulsa. Normalmente, desde el guión, nos agarramos a la consecución de escenas y secuencias que componen una película (especialmente cuando tenemos que pensar al mismo tiempo como productores); en este caso, he descubierto que lo importante es saber emocionalmente hacia donde pueden ir los personajes, y entonces las escenas nacen.
Y así salté a la escritura, estructurando las emociones de los personajes, pensando en cómo empezarían al principio, en otoño, durante el primer acto y dibujando cómo sería su arco de transformación hasta llegar al final, en verano, durante un último acto pensado para resolver sus traumas.
Lo importante era saber que el arranque de la historia sería una presentación de personajes sin la necesidad de hablar de su pasado, es más, el pasado era un concepto contra el que luchar: es necesario saber por qué los personajes estaban dónde estaban pero hablar y trabajar sobre el presente.
Por eso el arranque sería (o tendría que sentirse) como un único bloque con doce personajes (o trece), en lugar de doce mini historias avanzando hacia un punto de encuentro. De ahí que cayese muy pronto en el uso de la que será la herramienta principal de esta película: el montaje alterno. El único personaje que creo que jamás dejaré de lado durante la escritura será el de montador. Como guionista, director y productor, puedo trabajar de manera estanca, dejando al otro para cuando le toque, menos con el montador: éste estará siempre presente sé cómo voy a contar la película en montaje y sé cómo voy a articular las herramientas del montaje ya desde la escritura. No en vano, la edición es la escritura final y tienes más relación con ésta que con cualquier otra fase de la producción cinematográfica.
En esta historia, para cumplir con la premisa de la que doce historias se sintieran como una, sabía que el montaje alterno, el saltar entre escenas siguiendo la continuidad de una acción o de un diálogo, sería imprescindible.
Y así escribí el primer acto, presentando a los personajes en el presente, sin mencionar el pasado y avanzando hasta ese punto de encuentro que sería la terapia. Llegamos entonces a la lectura y a los ensayos, y entonces conocí a los personajes.
NOTA: a los actores los conocía, a tod@s; escribí ex profeso para cada uno de ell@s, cogiendo algunas de sus características personales y sumándosela a los personajes, al mismo tiempo que sumando otras que no habría que encajar.
Fue allí, al sentarme, escucharles y verles cuando comencé a entender hacia dónde podrían ir emocionalmente; fue en aquel momento cuando empecé a ver cómo los posibles caminos iban dibujándose.
Así durante el rodaje de la parte de otoño (rodada en invierno) fui absorbiendo su comportamiento, tanto es así que, en cuanto terminamos y entramos de lleno en navidades, estuve una semana procesando lo vivido con ell@s, en pleno 24 de Diciembre me senté a escribir todo el segundo acto prácticamente de una tacada.
El thriller… El género al que, como dije al principio, siempre vuelvo aunque sea de manera involuntaria: creo que el elemento que me lleva al cine (y que me ha llevado desde que tengo uso de razón) es la mezcla de descubrir cosas, mientras experimento la emoción de sus personajes, hasta llegar a un desenlace en el que resolvemos lo que parece un imposible. Da igual cómo se dibuje, si en forma de misterio, problema o dolor, al final todo converge en el concepto del callejón sin salida al que hay que encontrarle una puerta… o una forma de saltar el muro.
Sentarme y visionar los primeros 20 minutos de la película fue la mejor ayuda para terminar de conocer el último de los elementos imprescindibles de esta producción: si bien ya conocía a los personajes, me quedaba por entender los elementos del género al que pertenecía su historia. Y el thriller tiene una serie de códigos (muy comunes a otros géneros cinematográficos) que a “Volver a Ver” le son muy necesarios: la diseminación de información, el punto de vista de quién realmente lleva la historia y la resolución de puzles que, en realidad, llevan a otros puzles más complejos.
Después del rodaje de la segunda parte (entre Febrero y Abril), llegué a la tesitura de tener que articular el final de la película, que sí, que estaba escrita pero que ahora, después de 7 meses de escritura, ensayos, rodaje y montaje había llegado a una reflexión importante: cuánto han aprendido los personajes… y cuánto he aprendido yo.
La escritura del último acto fue, con mucho, la más compleja de todas por el simple y mero hecho de querer aunar lo que tenía claro (y escrito) desde el principio con lo aprendido durante el viaje. Me resultaba extremadamente complejo intentar el cubo de lo escrito entrara por el cilindro de lo experimentado.